Así conocí a Emeterio Gómez - VIA 712

Weblog de Rafael J. García Marval.


 

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martes, 21 de abril de 2020

Así conocí a Emeterio Gómez

Conocí a Emeterio Gómez en Cumaná, en el Auditórium  Central del Núcleo Sucre de la Universidad de Oriente (UDO). Eran los primeros años de comienzo de siglo. En ese entonces se estaban desarrollando unas extraordinarias jornadas de conferencias en la UDO, organizadas por la apreciada amiga y colega (Prof.) Cándida Cabello y la “Escuela de Administración”. Todos los ponentes eran de primera línea a nivel nacional y regional.

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Para entonces la UDO vivía una realidad totalmente opuesta a la debacle que sufre actualmente. El Auditórium, hoy casi inexistente, tenía unas instalaciones muy buenas y un aforo de gran magnitud que en este evento estuvo completo todos los días.

Recuerdo cuando Cándida me pidió especialmente asistir el día que iba a presentarse Emeterio Gómez. Claro que a mí, como Economista y como venezolano, no me era nada difícil saber quién era; se trataba de uno de los Economistas de mayor proyección en el país y un reconocido articulista en uno de los mejores diarios nacionales de la época (“El Universal”).

Asistí a su conferencia…

Como parecía ser su costumbre, su ponencia estuvo estupenda. Tocó un tema relacionado con el vínculo entre la ética, la libertad y la actividad económica.

Ese mediodía, Cándida me invitó a almorzar con los ponentes, quizás pensando que sería buen acompañante para el Economista invitado. El almuerzo fue en el restaurante de la Asociación de Profesores (APUDONS), por cierto, hoy también inexistente.

En efecto conversamos. Sin embargo noté que ofrecía mucha resistencia a tocar temas eminentemente económicos, estaba más interesado en preguntar sobre Cumaná, como si ya la hubiese conocido antes. Seguro así era porque recuerdo que me dijo que la carretera “Cumaná Cumaná-Puerto la Cruz” tenía para él un significado especial (ahora no recuerdo muy bien, pero era algo vinculado con una pareja o expareja –disculpen que mi memoria no me apoye en este momento–).

Hablamos también de la UCV, dónde se destacaba como Docente de Pre y Postgrado. Lo hicimos sin saber que nuestro próximo encuentro sería en esa casa de estudios.

Así conocí a Emeterio Gómez.

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Años más tarde, me encontraba haciendo Doctorado en el “Instituto Rodolfo Quintero” de FACES-UCV.

Una mañana estaba desayunando en el cafetín del Edificio del Instituto, esperando la hora para entrar a una clase. Todas las mesas estaban llenas. Emeterio Gómez estaba buscando donde sentarse a tomar un café (o un té) que ya traían en la mano. Se acercó a la mesa que yo ocupaba y pidió permiso para sentarse, accedí (total era la única con dos sillas libres). Evidentemente, no me reconoció; me tocó recordarle su presencia en Cumaná uno o dos años atrás. Tengo la impresión que si recordó la visita a Cumaná, pero a mí no. Sin embargo, se comportó con una amabilidad extraordinaria. Conversamos con mucha naturalidad, cruzamos varios puntos que ahora no puedo evocar en su totalidad, salvo dos que no se borraron de mi memoria, ambos referentes a su persona.

El primer punto: le toqué el tema que más crítica le generó de parte de sus ¿adversarios?: su pasado socialista y su “conversión” al capitalismo… Su repuesta, inesperada por demás, me sorprendió porque tenían una altísima concurrencia con una de mis orientaciones vitales.

La coincidencia se centraba (palabras más, palabras menos) en que las ideologías (inevitablemente estáticas) anclaban al hombre y eso, en un mundo que avanza significa retroceder... ese retroceso relativo resulta inmoral.

El segundo punto: visitamos su giro a la Filosofía, que por esa época se estaba transformado en un nuevo interés para mí. Él era un Economista famoso, pero también era reconocido como Filósofo. No recuerdo muchos detalles (y lo que recuerdo no goza de una rigurosa textualidad) pero me dejó un consejo inspirador: Nadie puede jamás ser un buen Economista si no explora la Filosofía.

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Ayer lamenté saber de su fallecimiento en España víctima del nefasto COVID-19.

No fuimos amigos, apenas interactuamos dos veces. Quizás en pocas ocasiones nos cruzamos en algún pasillo de la UCV. Nos saludábamos, pero tengo la impresión que respondía a todos los que le saludaban.

Su muerte no deja un vacío, no. Su obra queda en múltiples escritos y libros… sus alumnos quedan (entre los cuales no me cuento, porque no me fue posible) y su visión propia de mundo, que supo difundir muy bien, también queda.

Supe de su afán por asumir posturas, revisarlas y evolucionar, su afán por el debate y su afán por la lucidez intelectual. En lo personal parecía riguroso, denso y algo complejo, pero poseedor de un trato respetuoso y amable, aún con los desconocidos.

La suya es otra de esa pérdida que le queda grande a este país.

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